con ojos cicatrizados
y el pelo tan revuelto,
cuando la almohada
te susurraba las sonrisas,
no había besos
que curaran este infierno.
Entonces llovías
abrazando a los fantasmas,
emanando agonía de pre-lunes
en silencio, tan sufrido,
que apagaba las estrellas,
quedando prisionero
de un tropiezo.
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