No había ni un solo reloj,
pero lo oía
retumbando en mi cabeza,
el tic tac desenfrenado
de una bomba
a punto de detonar.
Y yo callada.
Si rompía aquel silencio
volariamos por los aires,
y no podía dejarte marchar.
"Ya es la hora".
El silencio me enfada
porque es apocalíptico,
porque después del ruido
siempre duele,
porque es
lo último que queda
cuando te vas.
El silencio rompe.
Desgarra.
Mata.
Extingue.
Viola.
Arrasa.
Hace pedazos todo lo que tengas.
Y yo
tengo que volver a casa
sola,
después de días
sostenida por tus manos.
Y mi puño
vacío,
siempre vacío.
Hay que ver
como nos desgasta el aire.
Me quito los zapatos
y enciendo el primer sueño
sobre una cama
en la que después
de todos nuestros tangos
parece un crimen severo
macillarla solo para dormir.
Dónde esta la risa
cuando se abren los ojos
y a quién voy a hacer cosquillas
cuando se olvide de vivir.
Procedo
asesinando a la almohada
-¿Causa de la muerte?
-Ahogada señor.
-¿Quién fue la gilipollas
que dejó entrar al mar?
Fui yo.
Me recuesto tímida
sobre mi propio edredón.
-Aquí solo hay un par de piernas,
señor.
Y los policías de mi mente
callan,
comprendiendo
que tu forma de no estar
siempre es silencio.
Y es que el silencio no siempre es entendido ni buscado y cuando nos desafía a veces el miedo sale al paso.
ResponderEliminarUn abrazo✴