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miércoles, 24 de febrero de 2016

Del día en que te fuiste.

No había ni un solo reloj,
pero lo oía 
retumbando en mi cabeza,
el tic tac desenfrenado
de una bomba
a punto de detonar.
Y yo callada.
Si rompía aquel silencio
volariamos por los aires,
y no podía dejarte marchar.

"Ya es la hora".

El silencio me enfada
porque es apocalíptico,
porque después del ruido
siempre duele,
porque es
lo último que queda
cuando te vas.

El silencio rompe.
Desgarra.
Mata.
Extingue.
Viola.
Arrasa.
Hace pedazos todo lo que tengas.
Y yo 
tengo que volver a casa 
sola,
después de días 
sostenida por tus manos.
Y mi puño
vacío,
siempre vacío.
Hay que ver
como nos desgasta el aire.

Me quito los zapatos
y  enciendo el primer sueño
sobre una cama
en la que después
de todos nuestros tangos 
parece un crimen severo
macillarla solo para dormir.
Dónde esta la risa 
cuando se abren los ojos
y a quién voy a hacer cosquillas
cuando se olvide de vivir.

Procedo 
asesinando a la almohada
-¿Causa de la muerte?
-Ahogada señor.
-¿Quién fue la gilipollas 
que dejó entrar al mar?

Fui yo.

Me recuesto tímida 
sobre mi propio edredón.
-Aquí solo hay un par de piernas,
señor.
Y los policías de mi mente
callan,
comprendiendo
que tu forma de no estar
siempre es silencio.

1 comentario:

  1. Y es que el silencio no siempre es entendido ni buscado y cuando nos desafía a veces el miedo sale al paso.
    Un abrazo✴

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