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domingo, 15 de junio de 2014

Se busca un sueño.

Tenía ojos húmedos 
de poeta infeliz
artista melancólico
y soñador bohemio,
la sonrisa atornillada a la cara
el pelo rebelde
y las manos largas.
Tenía el corazón 
más grande que el pecho,
la risa atropellada
y la espalda ancha.
Siempre me gustó su espalda.
Y su mirada.
Me gustaba 
como me clavaba los ojos
y sin hablar,
decía mi nombre,
respirando entre vocales
y susurrando consonantes.
Me gustaba su voz
cuando prometía,
cuando perjuraba
que nuestro amor era infinito,
y dios,
quien sabe si eso existe,
aunque tampoco me importaba,
adoraba sus promesas,
mi favorita, la de la luna,
aseguraba bajármela algún día,
y también el sol, si no quemaba.
Era tan feliz
que aquello,
debía estar prohibido
y la vida me castigó.
Un día se marchó,
no de pronto,
se alejaba poco a poco,
en silencio,
como si no fuera a enterarme.
Decidió explorar piernas nuevas,
hacer reír a otra sonrisa,
fumar de otros cigarros,
o enredarse en otro pelo.
Ni si quiera sé lo que quería,
pero estaba dispuesta a dárselo.
No era el mismo.
No podía ni reconocerle.
Estaba ahí,
pero había desaparecido.
Él y sus ojos tristes,
su afán cuidadoso,
sus besos en el cuello
al acercarse por detrás,
su promesa de la luna,
su pelo rebelde,
su forma de acariciarme el pelo
y la espalda,
sus buenos días
y sus buenas noches,
y sobre todo,
su forma de quererme.
Él.
Lo único que me dolió 
más que perderle,
fue que se perdiese
a si mismo.
Le quise.
Con perdón.

1 comentario:

  1. Es precioso. Y es precioso precisamente porque no pretendes que lo sea; porque sale de la necesidad y de la urgencia de escribir, de desahogarte. Tienes unos sentimientos preciosos, nadie tendría que rompértelos, nunca.
    Y recuerda siempre que no estás sola. Nunca se está completamente sola; yo lo sé, y te lo demostraré aunque sea a base de comentarios en el blog, de buenos días por twitter, o de lo que sea.

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