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miércoles, 6 de abril de 2016

Paula.

El despertador me arrancó de mis sueños. Las siete en punto de la mañana. Me zafé de las sábanas que aún conservaban mi calor, y con el pijama aún puesto me dirigí al baño.
Un rostro cansado y medio calvo me observaba desde el espejo, me rasqué el mentón comprendiendo que era mi propio reflejo, y con urgencia me frote la cara con agua como si aquello pudiera desdibujar mis ojeras.
Cuando aparecí en la cocina, con el traje ya enfundado, Paula había amanecido y preparaba café, "café para dos" decía siempre, aludiendo al día que le pedí matrimonio:

- He venido a quedarme y a hacerte café. Me gustaría que, cada mañana de mi vida, hubiera dos tazas humeantes en la cocina ¿Te apuntas?

Dijo que sí. Y aún bebemos café.
Al sentir mi presencia en la estancia se volvió, y me dirigió una cálida sonrisa que hacía que la bebida recién preparada pareciera fría. No sabéis como sonríe Paula.
Me tendió la taza de porcelana blanca y dejó caer un suave beso sobre mi mejilla.

-¿Emocionado por tu último día de trabajo?- preguntó acariciando las pocas canas que me quedaban.
Aquel era el día de mi jubilación.
-Me hago viejo, Paula, me hago viejo... - suspiré.
Ella rió.
-Y cada vez más cascarrabias.
-¿Me querrás a pesar de las arrugas? 
-Llevas años teniendo arrugas, viejo loco, te querré a pesar de todo.

La apreté contra mi sintiéndome afortunado por tenerla en mi vida, le di un último beso y salí de casa dispuesto a enfrentarme a lo que me deparara el día.

Entonces me desvanecí.

Al despertar contemplé la estancia que me rodeaba sin poder comprender nada.
Apenas podía moverme. Aquel lugar desprendía un desagradable olor a detergente y comida precalentada.
Parpadeé en varias ocasiones para acostumbrarme a la luz y pude contemplar una habitación de paredes blancas con numerosos aparatos médicos  por todo el lugar. Fue aún peor cuando me percaté que también me envolvían a mi. Me sentí como un ordenador enchufado a la corriente.
Seguía sin comprender
Entonces, pude escuchar alguna palabra imperceptible que se escapaba del aire: "accidente cerebrovascular", "parálisis", "lo siento". Y en el quicio de la puerta distinguí la delgada figura de Paula hablando con alguien. Lloraba desconsolada.
Quise llamarla, decirle que estaba bien, que la quería, pero mi boca solo dejaba escapar un sinfin de gruñidos incomprensibles. Me volví loco trantando de llamar su atención.
Pero no podía hablar.
No podía ayudarla.


Esta es mi historia - explico como puedo al logopeda (más bien rezo porque me haya entendido) - ayúdeme a hablar con Paula.

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