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lunes, 9 de mayo de 2016

Frascos y maquillaje.

Te vas a enamorar y te va a doler, porque querer es caminar sobre alambres y todos los héroes sangran.
¿O acaso no has quedado prendada en la mirada del chico de ojos tiernos que te sonríe desde el extremo del bar? ¿No has llovido por dentro cuando era de otra? Y habrías hecho malabares sin bolas por una mirada fugaz.
No te importa derramar más rímel por otro de sus suspiros, te da rabia malgastar el pintalabios en tanta servilleta cuando su piel está vacía y tu rebosas amor, tanto que  duele, lo guardas en frascos y no sabes que hacer con él, pero lo conservas, como quien esconde baratijas del pasado, convencido de utilizarlas algún día, y acaba por olvidar.
Cuando el amor termina o no empieza existen dos tipos de personas, las que pueden olvidar (o no recuerdan) y las que no (o recuerdan para siempre). Mis favoritas son las últimas, por todo eso de las cicatrices y los miedos en botellas. Y es que todos somos historias y las personas que recuerdan,  siempre tienen algo que contar, se miran las heridas, cicatrizadas de hace años, remueven los olvidos y te cuentan cómo ha sido compartir el aire con alguien que no pudo ser, pero sonríen, porque la práctica da la experiencia y después de tanto maquillaje recorriendo el desagüe, el helado de todos los domingos, los arrepentimientos del café del viernes y los ahogados en todos los naufragios que ha sufrido, los ves, como con ojos brillantes y mirada de tormenta, desempolvan un frasco de aquellos que con tanto esmero habían escondido en el pasado, y lo abren para que aquel que tan bien conoce la almohada por todos sus sueños, pueda abrir el suyo y cuidarlo bien.

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